Alejandro Saavedra, coordinador del proyecto de Agregado de Valor del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), sostiene que la mirada debe estar puesta en la necesidad de cambiar la matriz productiva comoditizada por una de mayor valor: además de transformar los granos en harina y aceite, hay que producir proteínas para consumo humano complementando el trabajo de la industria.
Las que pueden hacerlo son las pequeñas y medianas industrias del sector extrusado-prensado, que pasaron de ser 15 en 2007 a más de 500 en la actualidad. Están a cargo de emprendedores locales, mayormente grupos asociados de productores agropecuarios o empresas familiares de pequeñas localidades del interior de las provincias. Este sector procesa entre un 8% y un 10% de la soja argentina, el resto está a cargo de la gran industria. Aun así ambos sectores generan la misma cantidad de mano de obra.
Mercados. Tiempo de hacer las cuentas para la soja
¿Cómo avanzar? Pasando, por ejemplo, del grano de soja que tiene un 36% de proteína a un expeller con casi 45% y a un producto concentrado que llega al 72%. “La clave es que no se trata de sectores que compiten, porque como la gran industria maneja volúmenes muy grandes de procesamiento, no puede hacer lo mismo que las pymes que, al generar de uno a cuatro camiones diarios, tienen la posibilidad de segregar o seleccionar la materia prima de acuerdo a cada producto final que quieran hacer”, explica Saavedra.
Avanzar en la cadena significa también empezar a fabricar productos que la Argentina importa. “Nosotros vendemos el poroto al exterior e importamos productos elaborados en otros países con esa materia prima, como ocurre con los extensores cárnicos que usan los frigoríficos. Hoy la industria pequeña y mediana está avanzando en producir ese tipo de proteínas que compramos a otros países, tratando de sustituir esas importaciones. Así pasamos a procesos que ya no son solo extrusado para generar alimento animal sino que también incorporan el concentrado y aislado para hacer proteínas de consumo humano”, dice el miembro de INTA.
“Falta darles la posibilidad de que ambas escalas industriales se complementen”, indica, y enfatiza en que para eso es necesario premiar el valor agregado, promover incentivos y beneficios para quienes avancen en la cadena de valor, y que tengan acceso al crédito para maquinaria y capital de trabajo.
Saavedra sostiene que “hay empresas de este complejo de pymes que ya crecen más de 43% en su facturación pasando de la producción primaria a una primera etapa (expeller) y alcanzan más de un 200% de aumento al avanzar en un proceso de texturizado, concentrado o aceite metilado”.
Y en cada paso, avanza algo más que la facturación: “Pasar de la producción primaria a un primer procesamiento aumenta tres veces la mano de obra, y si pasamos a los eslabones siguientes la incrementa diez veces más”. Es decir, una empresa que emplea a siete personas con la producción primaria podría darle trabajo a 20 con una primera etapa de procesamiento y lograría sostener unos 45 o 50 puestos si pasa al texturizado, concentrado, aislado o aceite metilado.
“Ese impacto social y económico hacia adentro de las provincias argentinas es el porqué de la necesidad de avanzar en la industrialización. El desafío en soja no es procesar más sino hacer nuevos y diferentes productos, es ofrecer la posibilidad de disponer de una fuente proteica de alta calidad para sus explotaciones (feedlots, tambos, granjas aviares y porcinas, fábricas de productos para consumo humano o alimento balanceado) en una planta procesadora que está a no más de 50 kilómetros de donde se produce la materia prima”, remarca.
Para el especialista, es clave el avance de este sector en los últimos años hacia la institucionalidad a través de cámaras provinciales. “Es la manera en que se posicionan y demuestran que, lejos de competir con la gran industria, la complementan. El potencial es enorme y el sector podría avanzar significativamente con gran impacto en territorios pampeanos”, sostiene Saavedra.
FUENTE: DIARIO LA NACION/ARGENTINA